LUIS SEPULVEDA, EL CHILENO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR


Hoy hemos despedido a una de las voces latinoamericanas que ha acompañado a miles y miles de lectores. La fuerza de su voz y la lucha de su pluma ha batallado en innumerables conflictos de nuestra reciente historia. El escritor chileno, afincado en Gijon (Asturias), ha fallecido por el maldito virus que tantas lagrimas nos ha hecho derramar. Hoy en "Cómic y Sociedad" nos despedimos de Luis Sepúlveda, recordando su trayectoria y sus delicadas palabras. 

A título propio, a Sepúlveda lo conocí en mis años mozos. Gracias a un profesor que supo inculcarme el amor incondicional por la magia de los libros. De esta forma llegó a mis manos la obra más reconocida del autor chileno, "Un viejo que leía novelas de amor". Hoy años después, el libro sigue guardando mis sueños, y despertando mis ansias de gritarle al mundo unas cuantas palabras. 

Nació en el Hotel Chile de Ovalle, fruto de un amor clandestino, o como lo llamaba él "la fuga de amor bajo mandato de captura", y es que su madre, menor de edad, se había escapado con sus padre, ante la negativa del padre de ella de aceptar tal romance. Su padre militante del partido comunista, era dueño de un restaurante y su madre, Irma Calfucura, enfermera de origen mapuche. Con tal herencia, es innegable, que el escritor, estaba predestinado a llevar una vida de rebeldía contra la opresión de los fuertes sobre los débiles. Un hombre que no dudo en coger el fusil cuando la ocasión lo requiso, pero que nunca abandono el poder de las palabras. 

A la edad de quince años ingresó en la Jota, las Juventudes Comunistas de Chile, siendo expulsado en 1968. Tras la expulsión militó en una fracción del Partido Socialista llamada Ejército de Liberación Nacional. Sus estudios primarios los curso en la escuela Francisco Andrés Olea (Santiago) y los secundarios en el Instituto Nacional. Tras estos, ingresó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile de la que se tituló como director. Más tarde hizo una licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Heidelberg, Alemania.

A los diecisiete ya había escrito y publicado su primer libro, un poemario. Un periodista habitual del restaurante de su padre, le consiguió trabajo como redactor policial en el diario Clarín. A la edad de veinte años ya tenía bastantes relatos, que formaron su primera recopilación de cuentos, "Crónicas de Pedro Nadie".

En 1971 se casó con la poetisa chilena Carmen Yáñez Hidalgo, a quien había conocido cuatro años antes; y que se convertiría el amor de su vida. Su eterna compañera, y a la que dedicó su novela "El fin de la historia". Un relato cruento de las fechorías de uno de los mayores villanos de nuestra reciente historia, el torturador Miguel Krassnoff, la mano ejecutora del atroz régimen de Augusto Pinochet. 

En 1973 nació su hijo Carlos Lenin, pero el matrimonio se deshizo pronto. Se reencontraron veinte años después en Alemania y nunca más se volvería a separar. 

Después del golpe militar encabezado por Augusto Pinochet, Sepúlveda fue detenido en el Regimiento Tucapel de Temuco y encarcelado casi tres años por la dictadura de Pinochet que le conmutó 28 años de prisión por ocho de exilio.



Tras abandonar su tierra natal, estuvo en Buenos Aires, luego pasó a Montevideo y después a Brasil. Más tarde estuvo errando por Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador, donde trabajó un tiempo y conoció a los indios shuar. En ese país ingresó en la Brigada Internacional Simón Bolívar, con la que partió a Nicaragua a principios de 1979 para participar en la Revolución Sandinista.

Después del triunfo de la revolución, se fue a Alemania y se instaló en Hamburgo, ciudad en la que trabajó como corresponsal de prensa y escribió relatos, teatro y alguna novela. Allí vivió catorce años, y estuvo involucrado en el movimiento ecologista, siendo  corresponsal de Greenpeac entre 1983 y 1988.

Sin duda alguna, muchos y muchas conocemos a Sepúlveda, porque nos enamoró con su novela más afamada, "Un viejo que leía novelas de amor". Un alegato a la conservación de la naturaleza, y un canto al amor por la literatura, que atrapó y atrapa a millones de lectores. Traducido a una veintena de idiomas, ha sido texto de lectura en institutos y universidades. Sepúlveda ha sido sinónimo de éxito. Sus novelas, cuentos, viajes y artículos periodísticos, han sido traducidos a muchos idiomas y han recibido numerosos premios, como el Premio de La Felguera a relato breve en 1990.

Desde 1997 residió, junto a su mujer, en Gijón, (Asturias), España, donde fue fundador y director del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, que se celebra todos los años durante la segunda semana de mayo.



Nos despedimos con un fragmento de su eterna novela "Un viejo que leía novelas de amor", el mejor homenaje que se le puede dar un hombre que supo entender el significado de las palabras. 

Antonio José Bolívar Proaño sabía leer, pero no escribir.
A lo sumo, conseguía garrapatear su nombre cuando debía firmar algún papel oficial, por ejemplo en época de elecciones, pero como tales sucesos ocurrían muy esporádicamente casi lo había olvidado.
Leía lentamente, juntando las sílabas, murmurándolas a media voz como si las paladeara, y al tener dominada la palabra entera la repetía de un viaje. Luego hacía lo mismo con la frase completa, y de esa manera se apropiaba de los sentimientos e ideas plasmados en las páginas.
Cuando un pasaje le agradaba especialmente lo repetía muchas veces, todas las que estimara necesarias para descubrir cuán hermoso podía ser también el lenguaje humano.

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